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Como si nada hubiera cambiado, la UD repite errores

La UD regresa a su casa con los pecados que acumuló en el último tramo del curso pasado

Más de uno pensaría ayer en el Estadio de Gran Canaria que la temporada 2016-2017 aún no había finalizado. Más de uno pensaría ayer en el Estadio de Gran Canaria que la línea descendiente del equipo, trazada desde el mes de marzo, cuando Quique Setién anunció que se marchaba de la Isla, sigue presente. Más de uno pensaría ayer, tras desempolvar el polvo que acumuló su butaca durante el verano, que poco ha cambiado sobre el césped en la Unión Deportiva Las Palmas desde que le dijo adiós en el mes de mayo. Más de uno pensaría que el partido era un calco del choque del curso pasado frente al Atlético de Madrid -hasta Thomas Partey cerró la 'manita', como ya hizo hace un puñado de meses-. Más de uno pensaría que el amarillo sigue a la deriva, sin saber qué rumbo tomar en la Primera División, un mar turbulento que no da pie a eso de navegar sin vela.

Porque la UD Las Palmas dejó ayer patente, por segunda vez en esta temporada, que arrastra problemas profundos. Problemas que no son superficiales y que van más allá de los cromos que muestre el álbum -ayer dos nuevos se asomaron al palco, Alberto Aquilani y Sergi Samper-. La UD, como si viviera preso aún de su raptor, víctima él de un Síndrome de Estocolmo que lleva dentro, ni es capaz de renegar de su pasado, ni de adoptar una nueva forma que le permita avanzar. Y así es imposible destilar fútbol primero y resultados después.

En el ritual que siempre se convierte ir al fútbol, ayer el Gran Canaria volvió a ver a su equipo claudicar a los cinco minutos de partido. Ahí ya perdía por 0-2 ante uno de los mejores equipos del mundo, el Atlético, una escuadra que si sobresale por algo es por el entramado defensivo que maneja. Si además de eso casi suma un pleno de acierto en sus disparos a portería, unido a la complicidad defensiva del rival, el rojiblanco se vuelve inexpugnable.

La UD de hoy no solo repite los pecados del pasado sino que, como el Imperio que se desvanece poco a poco, no es capaz de verlo, de buscar otro sistema viable y así sobrevivir. Porque Las Palmas parece vivir del pasado. Por un lado, busca ser aquel equipo que, a base de balón, era capaz de maniatar al rival. No obstante, no ha enunciado aún un pretexto para empezar a creer en eso, un decálogo firme, con sus pautas bien transcritas, donde ver su juego.

Toda gran exposición empieza con una idea y la UD vaga, por lo visto en los primeros 180 minutos de LaLiga, sin ninguna. El manual del conjunto amarillo no está aún encuadernado. Arrastra lo peor de otra época -problemas defensivos, desconexiones letales y una tendencia a agarrarse a Jonathan Viera que le hace ser peor jugador por momentos- y empieza a perder un credo sobre el balón que también costó tiempo encajar.

Y en medio de todo eso, Manolo Márquez, sin dar en todo el verano con la tecla -la UD no perdió ni un partido en la pretemporada, pero dejó entrever problemas que en LaLiga han pasado a ser patentes- se encontró ante el Atlético de Madrid con una lista de ausencias de peso: Vitolo, Alen Halilovic y Vicente Gómez. Puede que sea el centrocampista quien más le hace falta a una UD rota, con espacios tremendos entre las líneas y endeble a la hora de defender.

Porque el Atlético, con aquel 0-2 que se encontró casi al saltar al campo, se limitó a defender -que no es poco- y cedió el balón a la UD. El plan válido y efectivo, no varió demasiado a lo que propuso Marcelino, técnico del Valencia, en Mestalla. Interrupciones continuas, recuperación y velocidad. Para eso la UD Las Palmas tampoco ha encontrado solución.

El 1-5 deja a Las Palmas tocada. Es agosto y LaLiga acaba en mayo, pero hasta que no vuelva el fútbol, dentro de un par de domingos -hay parón internacional- dormir como el último clasificado, en plaza de descenso -lugar que no visitó en toda la temporada pasada- pesará. Lo mejor, a priori, que Las Palmas tiene por delante más de una semana para empezar a asimilar conceptos que hoy ni siquiera tiene sobre la mesa.

Nota de Edu Lopéz para La Provincia

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