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El escudo humano de Las Palmas ( Rubén Uría, Eurosport )

Hace meses que la UD Las Palmas es un equipo enfermo. Hay quien culpa de todo a Pako Ayestarán. Y miren, la verdad sea dicha, no hay derecho.

No conozco a Pako Ayestarán. No sé si es un gran o un mal entrenador. No conozco su método de trabajo, ni dudo de él, ni lo aplaudo. Eso sí, lo que resulta digno de estudio es analizar, con detalle, cómo es posible que le estén azotando, a dos manos y con saña, señalándole como el gran culpable de la catatónica situación de la Unión Deportiva Las Palmas. Pako se ha convertido en el escudo humano de un presidente que no acierta con sus decisiones y de un vestuario que, lejos de rendir como debería, sestea. No falta quien, con cierta crueldad, se arroga la capacidad de cuestionar a Ayestarán tirándole a la cara su currículum, acusándole de no servir para el cargo. Conviene recordar que Pako fue preparador físico, auxiliar de Benítez y campeón de Europa, director deportivo de la Real Sociedad, entrenador de Tecos, de Maccabi – triplete incluido- y del Santos Laguna mexicano. Y que fue técnico del Valencia CF, en los años de plomo, donde no fue parte del problema ni tampoco la solución. Salvó al club, renovó cuando quizá no debió haberlo hecho y acabó viendo cómo su experiencia en Mestalla tenía final amargo. Y ahí, en ese punto, meses después, recibió la llamada desesperada de la Unión Deportiva Las Palmas. Otros no se atrevieron a asumir el reto, algunos pidieron más dinero y algún otro, se metió debajo de la cama porque coger a Las Palmas era algo así como hacerse el hara-kiri.

A Pako no le fueron a buscar porque Las Palmas era Disney, ni porque el equipo era una máquina de jugar a fútbol, ni porque tenía una clasificación solvente. No, le fueron a llamar porque el club atraviesa una situación delicada. Las Palmas se había pasado el verano persiguiendo a un técnico italiano que, entrado el verano, a última hora, no acabó en el banquillo, provocando un giro inesperado y una apuesta por Manolo Márquez que, viendo que no podía desarrollar sus competencias al aire libre, decidió dimitir en un ataque de dignidad. Hoy el inquilino de la silla eléctrica es Pako Ayestarán, un paracaidista al que despellejan, con gratuidad y barra libre, desde la prensa local y nacional, como si antes de su llegada Las Palmas hubiese sido un sucedáneo del Santos de Pelé y el Barça de Cruyff. Hay quien disfruta sumando las derrotas de Pako en el Valencia con las de Las Palmas, como si fuesen la misma cosa, como si la estadística fuese un arma arrojadiza, ideal para desacreditarle. Como si existiese una culpabilidad única, como si Pako fuese un saco de boxeo. Los fiscales pueden seguir pensando que Ayestarán es el problema de un equipo que la temporada pasada, en la segunda vuelta, se arrastró, llevándose un saco de goles. Los inquisidores pueden seguir culpando a Pako de ser cabeza visible de un equipo cuya progresión es de encajar 93 goles en toda la temporada. Y pueden seguir crujiendo al nuevo entrenador por intentar trabajar con un presidente que ha dado palos de ciego y un vestuario que sigue sin asumir su responsabilidad. De toda esa atmósfera negativa y ese caldo de cultivo destructivo pueden seguir culpando únicamente a Pako, como si fuese un escudo humano.

Dirige un equipo enfermo, que tiene cien problemas que no son el banquillo y que atraviesa una crisis de identidad profunda. Un equipo no es una sopa instantánea y necesita, entre otras cosas, paciencia. Esta UD Las Palmas, que lleva meses rozando el despropósito, necesita calma y sentido común. Para eso llamaron a Pako y para eso, hay que dejarle trabajar. No bastará con ponerle una tirita al enfermo. Hará falta que la cúpula le arrope, que el vestuario empiece a tener claro que el entrenador no puede meter la pierna, y que la afición, que es la que más sufre y la que menos merece esta situación, asuma que a Pako le fueron a buscar porque la situación ya era insostenible. Como los entrenadores son hijos de los resultados, es posible que Pako acabe siendo destituido y criticado, sin que apenas haya tenido diez partidos para demostrar si tiene o no la solución. Si eso sucede, el problema seguirá instalado en el club. Culpar a Pako es lo fácil. Lo difícil es lo necesario. El entrenador, se llame como se llame, no es parte del problema. Es un recién llegado que busca la solución y que, en el intento de que el equipo no caiga, está viendo cómo todos le pegan y nadie le ayuda. No conozco a Pako y no me he tomado un café con él en mi vida. Y ni le ataco, ni le defiendo. Lo que sí sé es que el problema de Las Palmas no es Pako, porque lo cómodo no es compatible con lo justo.

Rubén Uría / Eurosport

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