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El fanatismo urbano de los hinchas rosarinos

El fanatismo urbano de los hinchas rosarinos

Los límites de tan desbordante pasión se vuelven difusos, en una ciudad donde los sentimientos por los colores se potencian hasta la locura.

El cementerio La Piedad está enfrente del Parque de la Independencia, territorio inexpugnablemente leproso. La leyenda urbana cuenta que no son pocos los hinchas de Rosario Central que, rumbo a la última morada, exigen que de ninguna manera el cortejo ingrese por la avenida Ovidio Lagos, la entrada principal que precisamente? da al parque. Obligatoriamente el acceso debe ser por avenida Francia?, en la otra punta de la necrópolis. Nunca cerca, ni en el final del viaje. Quizá simpática para algunos, la situación es un engranaje en la naturalización de una cultura feroz y disparatada en una ciudad intensa. Abundan historias que rozan el absurdo. Fanatismos intolerantes que pueden salirse de cauce para encender fundamentalismos.

Existen muchos capítulos alrededor de la muerte y el amor por los colores. A Mario lo sepultaron con "un traje de madera" azul y amarillo. Fue uno de sus últimos deseos y nadie en su familia se opuso a contradecir su anhelo. En una sala de velatorios de la zona norte, sobre la calle Darregueira al 1300, uno puede elegir el féretro con los colores del club de sus amores para partir hacia la eternidad camuflado de hincha. Ese fanatismo también se expresa en el otro extremo: el nacimiento. Hace tres años, Yamila Ugolini y Juan Pablo Porcel le pusieron a su hijo Benjamín Newell's. Su vida quedó atada a la pasión de los padres desde el primer día.

Los límites de tan desbordante pasión se vuelven difusos. La imaginación queda sepultada por la realidad. En algunas inmobiliarias, compradores o inquilinos, además de discutir garantías y comisiones, investigan si en ese edificio vive alguien relacionado con el fútbol. Futbolistas, técnicos o dirigentes. No quieren sorpresas. No quieren visitas intimidatorias de barrabravas, pintadas amenazantes en las paredes ni una balacera en la madrugada. En las últimas semanas, por cierto, a un dirigente de Newell's le pidieron después de una agitada reunión de consorcio que se mudara. Claro, las expensas subieron significativamente para cubrir importantes daños en el hall de entrada.

Rosario es una ciudad especial. Única. No hay lugar en la Argentina donde el fútbol explote tan rápidamente a la vista de un visitante. El apasionamiento (y entonces, tantas veces el odio) de Newell's y Central invadió la vida cotidiana como en ningún otro sitio. Los debates cruzan la raya. No han faltado planteos de padres ante la dirección de un colegio para quejarse de la mala relación de un profesor con parte del alumnado por ser? "canalla" o "leproso". Hasta firmas se han juntado reclamando un traslado? Hasta un empresario se detuvo en un recaudo especial: a la hora de tomar empleados, puso el acento en que mayoritariamente fuesen del mismo club para evitar ?lunes agitados'?

En nombre del honor se atropellan decenas de vandalismos. Es difícil andar más de una cuadra sin encontrar una referencia directa a Rosario Central o a Newell's. Paredes, cordones de las veredas, carteles, árboles, postes de luz, barandas de puentes, guard-rails en la ruta 9 a poco de llegar a Rosario y cientos de semáforos pintados. Un patentamiento invasivo y nada amable. La demarcación es parte de la pulseada. Un escenario que muta rápidamente, según la logística, la protección y los fondos de cada bando. Las pintadas son el campo de acción que hoy el piberío de las barras le reclaman a los jefes del paraavalancha. Abastecerse de pintura es todo un tema? Desde la Intendencia de la socialista Mónica Fein se trazó un plan antivandalismo para impedir las pintadas, pero desde hace años, muchos dirigentes son los que aportan dinero de los propios clubes para salir a pintar.

Los fanatismos, en su deformación, también pueden volverse una oportunidad inmejorable. En una ciudad que late al ritmo del fervor futbolero, ser una figura conocida de Newell's o de Central puede transformarse en un trampolín para incursionar en la política. El caso de Aldo Pedro Poy es el más llamativo, hoy como concejal del Partido Demócrata Progresista. Edgardo Bauza, en 1983, fue candidato a concejal de Granadero Baigorria por el Partido Socialista Auténtico (PSA). Pablo Javkin, otro dirigente que se postuló a intendente por la Coalición Cívica, evaluó como paso previo presentarse como candidato a presidente de Newell's.

Horacio Usandizaga pretendía retornar a la política tras ser presidente de Central, pero no le salió. Un sector del socialismo hizo pie en la dirigencia canalla con Di Pollina. El peronista Alberto Joaquín fue candidato a presidente. Cada sector político tiene una pata política en los clubes. Por ejemplo Carlos Del Frade, diputado provincial por el Frente de izquierda, también desarrolló una activa participación en Rosario Central.

Alejo Diz, periodista del diario Rosario 12, es una palabra autorizada para analizar tan singular fenómeno. "Años atrás los dirigentes de los clubes también eran culpables, porque sus palabras pegaban más que los puños de los barras. Pero los actuales dirigentes son más responsables y menos demagogos; antes, las descalificaciones alimentaban la locura. Me atrevo a decir que en ocasiones los plateístas son más desubicados que los barras, porque los barras ya no se pelean porque no quieren arruinarse ningún negocio. Hace casi 10 años que no hay cruces entre barras y eso no es casual".

Roberto Caferra, quien conduce Radiópolis en la primera mañana en Radio Dos, y es confeso hincha canalla, admitió que hace una década comprendió que en Rosario no se puede ni siquiera lanzar una ironía vinculada al fútbol. Los medios son también catalizadores de esa furia. Decidió "bajar un cambio" porque la única interpretación que se hace del otro lado "es literal". Un punto de inflexión, según recuerda, fue que tras el campeonato que obtuvo Newell's en 2004 se festejó cada año ese logro con una marcha leprosa que pasaba por la puerta de LT8, en pleno centro de la ciudad, para dedicarle algunos cánticos profundos. "La calle se cargó de una violencia con la que no se puede joder", señala.

Diz amplía su mirada. "La pasión exacerbada de Rosario puede explicarse desde la increíble paridad que hay entre los dos clubes. Ambos se sienten autorizados a la cargada, ambos tienen elementos para la burla. O porque uno salió campeón en la cancha del otro, o porque el otro ganó más títulos, o el otro tiene títulos internacionales, o la ventaja en el clásico... Ambos se sienten en el mismo plano, y desde ahí se potencia una increíble rivalidad. Además, Rosario es fútbol. Sólo fútbol. No existe otro deporte? Después, el deterioro de la sociedad se encarga del resto".

En un clásico de divisiones infantiles es usual descubrir festejos de gol con mensajes: chicos simulando pingüinos, otros levándose las manos a las orejas porque no se escucha? Los límites se han corrido. "Ya no nos sorprende que un cumpleaños de 15 o un casamiento se arruine en plena madrugada por una batalla campal que nace de alguna discusión por Newell's y Central", acepta Diz. La naturalización de la sinrazón.

Nota Diario La Nación

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